Solía pensar que aquel «darse cuenta» no era demasiado importante. A fin de cuentas, ahí te quedabas. Con tu toma de conciencia, con tu “darte cuenta” pero incapaz de reacción alguna.
Un día comprendí, ahí te quedabas, sí, pero nunca del mismo modo, ya nunca del mismo modo.
Y lo más importante, lo vital de todo ello, ya no para siempre sino con la certeza de que algún día, sin saber muy bien cómo ni por qué llegarías a ser fuerte, mucho, lo bastante como para cambiar lo preciso, lo que te limitaba y te hacía ni ser tanto como estabas destinado a ser, ni todo.
Y sientes un camino abriéndose delante de ti y comprendes que llevaba tiempo, y mucho, en ese lugar esperándote, esperando que tu «darte cuenta» creciera, te inundara, se desbordara por cada poro de tu piel y lo que es más, que se desbordara de tu alma porque esta, por fin había decidido no sólo escucharse sino aceptarse y amarse. Amarse tanto y tan bien como para abandonar su zona de confort y partir a un viaje interior del que sabía que volvería siendo otra a tu piel, a tu esencia, a tu ser. Y volvería para no chirriarte nunca más, para reconocerse y reconocerte, para ser una contigo.
Para darte el mayor regalo, el convertirte en un ser humano completo que todo lo que buscase lo tuviera dentro y que si volvía a salir de sí mismo fuera para compartir, para compartirse. Y ser por fin feliz.
Belén Rodríguez