¡Ay, seres hermosos, frágiles, rotos, necesitados de amor y por lo mismo, bellísimos!, emplead -“empleemos-“ la energÃa en hacernos conscientes del gesto! ¿Dónde estamos cuando estamos?, ¿Dónde al hablar?, ¿Dónde al mirar?, ¿Dónde al dar la mano? Porque resulta que nada es inocente. Se nos sale -“nos salimos en-“ el afán, la demostración, la competitividad en toda réplica emitida por inercia, en todo ver sin ver, en todo tocar sin piel. Ese no estar es el principio de violencia. Y a ese no estar violento respondemos con ataque por defensa. Superar la ascensión revolucionaria de esta violencia supone practicar un estar extático: a la velocidad del rayo, leer en el gesto del otro el dolor que le hace hacer daño; a la velocidad del rayo, reconocer el dolor del daño que el otro (nos) hace; a la velocidad del rayo sobreponerse a la necesidad de demostrar que se es; a la velocidad del rayo admitir que se está herido y que se requiere del otro para ser; a la velocidad del rayo, deponer el arma con que abrimos paso al reconocimiento; a la velocidad del rayo, transmutar lo cotidiano en excepcionalidad; a la velocidad del rayo, estar con los sentidos abiertos a gozar también la herida y la luz de la tarde, la sombra errante y la brisa antes, durante y después de la tormenta. Un estar extático es como vivir en arte. Mirarnos al mirar, hacernos al hacer, decirnos al decir, tocarnos al tocar.»
Elena – La Fragua Bruta
@lafraguabruta