Trataré una serie de tres relatos sobre la inutilidad del miedo. Éste primero es una conocida y antiquísima leyenda que me he permitido reproducir «a mi aire». Los otras dos son casos reales que en su momento llamarón la atención de los medios de comunicación y que publicaré en breve.
Cuenta la leyenda que un día, en el que el jefe de esclavos de un de rico comerciante árabe, estaba paseando tranquilamente por los campos recien sembrados, cuando de pronto, sin saber como ni de donde, se le apareció una figura a la que inmediatamente reconoció en seguida como “La Muerte”.
Hasim, que así se llamaba este hombre, era conocido en todo su mundo por el miedo atroz que tenía a la muerte, siendo la superstición uno de sus rasgos de identidad, así que probablemente debido a estas influencias se quedó paralizado un buen rato durante el cual no pudo pronunciar palabra.
Cuando pudo tomar conciencia de nuevo, noto que estaba absolutamente sólo. Muerto de miedo corrió al encuentro de su amo, quien de inmediato notó el semblante desencajado marcado por una palidez enfermiza que traía Hasim. Éste, con frases entrecortadas y temblando, apenas pudo encontrar algo de voz para relatar su experiencia y le pidió que con toda urgencia le prestase el mejor caballo, el mas veloz, pues necesitaba huir de inmediato a Teheran , ya que pensaba que allí entre tanta gente “La Muerte” no lo encontraría y quedaría a salvo.
El comerciante accedió ante el deplorable aspecto que presentaba su esclavo, e inquieto se dejo llevar por su imaginación sobre las probables causas de éste asunto. Después de un tiempo no muy largo, vislumbró una figura femenina vestida con lo que parecían harapos negros y que portaba una guadaña. El comerciante, sin inmutarse, inició una conversación con aquella extraña figura.
El comerciante accedió ante el deplorable aspecto que presentaba su esclavo, e inquieto se dejo llevar por su imaginación sobre las probables causas de éste asunto. Después de un tiempo no muy largo, vislumbró una figura femenina vestida con lo que parecían harapos negros y que portaba una guadaña. El comerciante, sin inmutarse, inició una conversación con aquella extraña figura.

- Ala os guarde, ¿que puedo hacer por vos?. – pregunto amablemente el comerciante.
- Vengo a pedirte que me acompañes, tu estancia aquí ha llegado a su fin. -Contestó aquella figura.
- Estoy preparado, llevo tiempo esperándote. ¡Cuando quieras!. -Pronunció aquel, tranquilo y sereno.
Poco después, cuando habían tratado ya todos los temas de interés para el comerciante, éste le comentó lo acaecido con su hombre un rato antes, ante lo cual, aquella figura le comentó.:
- “Sí por cierto, y me ha sorprendido mucho encontrarlo aquí. Tengo que llevármelo esta noche desde Teheran”.
Fer