Dijo el niño:

Dijo el niño:

 -A veces se me cae la cuchara.

 El anciano dijo: – A mí también me pasa.

 El niño susurró:

 -Me mojo la ropa cuando me aprieta y llego tarde al baño.

 -Yo también hago eso, dijo el viejo riéndose.

 El niño dijo: 

-Lloro a menudo.

 El anciano con mirada triste respondió: -Yo también.

 Pero lo peor, dijo el niño, es cuando:

 -Se siente como si los adultos no me estuvieran prestando atención, nadie escucha lo que digo, como si no importara, como si no existiera, como si fuera una carga…

 Y sintió el calor de una vieja mano arrugada:

 -Sé lo que quieres decir, dijo el anciano.

RECUERDA: Tener paciencia con un adulto mayor, es construir el puente por donde algún día tú vas a pasar, aunado al hecho que, no hay niños difíciles; lo difícil es ser un niño en un mundo de gente cansada, ocupada, sin paciencia y con prisa…

Créditos a su autor.

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